Las hipérboles de comunicación más aceptadas socialmente son las de los mensajes comerciales que con deleite los señores de espacios radiales y televisivos anuncian para pausas. También los son algunos despliegues publicitarios impresos. Los creativos de agencias pueden proclamar sin tapujos que si usted pinta su casa de rosado el color de la felicidad se va a transmitir a la totalidad de su vida. Lejos nos llevan también al mezclar para que parezca una sola realidad: el éxito personal y la excitante compañía de chicas monumentales con el acto ordinario de tomarse un par de botellitas de cerveza.
Los creadores de escenas de mercadeo incluyen exageraciones matemáticas que nadie condena para que el que compre tres números de lotería llegue a creer, si es débil de mente, que solo le falta un escalón para ser millonario aunque las posibilidades de salir agraciado son de una en mil trillones de trillones. Mientras juega, usted podría viajar a los confines del universo, a la velocidad que se mide en año-luz, y al regreso sus boletos todavía estarían pelados.
Cualquier individuo que por alguna razón -incluyendo las non santas- estuviera repleto de dinero podría irse a comprar un Porsche considerándolo el auto ideal. Pero no vayan a creerse que en su subconsciente no obran además unos mágicos paisajes que en brochures vinculan a la lujosa máquina con unas impecables carreteras que en el país no existen. A lo mejor se trata de un comprador de extracción rural que inevitablemente asociará el confort leather y la potencia de su nuevo deportivo con las dos caucásicas de ojos azules que aparecen en los carteles para resaltar la mercancía. Suponer que las muchachas están incluidas en el precio final no entraría en mucho conflicto con la lógica.