LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

El “eppur si muove” es algo que ya sabíamos. Desde que llegamos al mundo descubrimos que nada se queda en un mismo lugar, y todos en el planeta  parecen conformes con que así sea, menos cuando se trata del suelo que pisamos. Ritcher es una palabra pero también una pesadilla. Una medida que presagia destrucción y muerte y que pone los pelos de punta.

Las bolsas se mueven (hablo de los mercados) y los resultados para inversionistas pueden ser buenos en muchos casos. Y se mueven también los precios del petróleo con cíclicas caídas que agradan a países enteros. Ningún varón  -en el pleno sentido de género-  se opondría a la turbulencia de caderas femeninas; y lo normal es que el individuo quiera ver que sus ingresos cobran vida para ascender. ¡Oh! pero cómo asusta el contorneo de edificios con ruidos subterráneos. Lo telúrico debe haber generado mitos a los que yo agregaría el siguiente: bajo las placas terrestres mora un dios de malas pulgas y poco tino que al reaccionar contra la miseria secular haitiana desarregló la superficie empeorando la situación y matando pobres antes de tiempo.

Propongo un pacto con la magnificente entidad que genera  terremotos. Si su intención solo es acabar con las malas obras materiales de los hombres y no con los hombres que obran mal, los temblores deben venir de a poquito. Dése tiempo  a los humanos de huir despavoridos para que cuando las edificaciones vulnerables se vengan abajo estén a salvos los mansos aunque también lo estén los cimarrones. Ya lo dice una  máxima: es preferible descargar a diez culpables que condenar a un inocente. Este  comportamiento de la naturaleza procedería a falta de sismos selectivos y precisos que solo derribasen lo insano de las estructuras en el cuerpo  social llevándose de paso a los malos tipos que sustentan esas estructuras.

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