LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Los tiempos cambian y ya en algunas zonas del país los padres solo saltan de júbilo sobre el futuro de sus  hijos si estos tienen  al bate y la pelota como tema frecuente de sus conversaciones.  Nosotros los de anteriores generaciones creíamos cuando jóvenes que el mejor  porvenir vendría si poníamos atención a la mesa de dibujos de la ingeniería, al estetoscopio o la toga del abogado exitoso del pueblo. Disciplinas todas que exigen mucho del cerebro aunque haya en estos tiempos abogados, médicos e ingenieros que salen más airosos de manejar un taxi que de ejercer sus profesiones.

Imagino que en un lugar como el ingenio Consuelo de San Pedro de Macorís, cuna de estrellas y de tradición beisbolera, muchas familias viven  alerta. Los niños podrán ser todo lo normal que quieran, pero si se descubre que alguno  de ellos llegará a la adolescencia con propensión a correr y a atrapar, y una habilidad natural para golpear  cualquier cosa que le lancen cuando esgrime un  palo de guayabo en los relajos de patio, con él debe actuarse como si los libros no existieran. En la cultura de exaltaciones al jonrón,  a los promedios de bateo por encima de 300, y   más que nada a los contratos que generan millones de dólares en la temporada regular, se suele pasar por alto la formación del individuo en las áreas del saber que dan menos cuartos. Un contratazo para  opción a Grandes Ligas significa que a los jóvenes prospectos les basta con saber escribir su nombre… y a la porra con todas esas cosas de la ciencia y la cultura  a las que solo se aferran los fatulos que nunca servirán para el terreno de juego. Desde luego, el que termina por no dar la talla, descubre que cuando el músculo falla la tierra se hunde.

 

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