La discordia política interna, que genera guerrillas y tendencias, es un gusano inclinado a crecer en la medida en que enflaquecen los partidos que sufren su ataque. Cuando el PRSC era gordo y colorado, su líder constructor-permisivo se enorgulleció de generar 300 nuevos millonarios en tiempo récord a pesar de que la economía nacional no llegaba a la mitad de lo que es hoy. Aquel que llegara a los predios del Gallo con ánimo de sobresalir, a riesgo de dividir, terminaba él mismo reducido por la inanición, como les ocurriera en sus momentos a Francisco Augusto Lora y a Alvarez Bogaert.
Sin embargo, para los días que corren los padrinazgos ricos de origen presupuestal no detienen el proceso de escisión de la heredad reformista. El presidente Fernández ha ensayado a ser el ente aglutinador pero la docilidad roji-morada solo vale de cara al gobierno y a las ventajas de ocupar altos cargos públicos, un ejercicio en el que no se diferencian de ningún típico leal servidor. Fuera del ritual de respeto a Leonel, el neobalaguerismo es disperso y enconado. Con caciques menores que se tiran al cuello continuamente. Devienen de la mística de un difunto que los unía y ahora se someten a la de un vivo que no logra unificarlos a pesar de que usa un instrumento fundamental de ambos liderazgos: las mieles del poder. Cuando ni siquiera un suero tan efectivo salva a un cuerpo político, el pronóstico tiene que ser de extrema gravedad.