El desconectado potencial de lucha de un proletario
Zulú, el afortunado des- yerbador de mi vecindad, suele percibir de cuando en cuando el agradable y discreto trepidar del aceite que da buen calor a las rodajas de filete que sobre él caen gracias a que en la casa de Los Pérez, la abundancia de ingresos es la que decide el menú.
Luego lo que ocurre es que es el aroma el que también llega hasta el jardín y allí están los nervios olfativos del jornalero inefable que aplica la siguiente rutina: corta césped y descansa un poco; y luego descansa otro poco y corta césped. En su interioridad, tanto la de la siquis como en la visceral, crece automáticamente la certeza de que a su estómago irán a parar cosas buenas.
Zulú sabe que las pasiones culinarias de Los Pérez son de unos agradables alcances secundarios, y que después de la gran cita de esposos, hijos y otros miembros de la familia en el comedor, ricas porciones sobrevivirán para él, considerado un servidor de larga data y confianza.
No tan eficiente como ellos suponen, pero eso es algo que no viene al caso discutir.
Yo prejuzgo que para toda posible poblada futura Zulú es desde ya, una maquinita de lucha callejera que se inutilizó.
Cualquier sublevación urbana tipo Haití tendría que contar con los otros zulúes que por ahí deambulen, y que con toda seguridad constituyen una mayoría poblacional. Obreros urbanos que solo hayan tenido, sin otras consecuencias, un conocimiento odorífero de las carnes de primera.
Sólidamente confortado por las brechas que con frecuencia lo acercan al ambiente sibarita, puede que Zulú siga roncando el día que la ciudad se esté quemando.