Una brecha para la paz abierta en la frontera
Los mejores y más auténticos pacificadores de haitianos han sido los dominicanos, aun más allá de lo que la razón y los recursos disponibles resistirían por mucho tiempo, pues aquí siempre ha habido la opción de que les paguen por colocar unos bloques de hormigón que los obreros de origen local prefieren ir a poner en Puerto Rico, donde las suavidades de la mecanización y el pago en dólares animan mejor sus espíritus.
Desde Borinquen, además, se ve mejor y se llega más rápido al Nueva York del tamaño normal pues, y debo insistir, la generalidad no se conformaría con el chiquito que les prometió Leonel.
Esos amotinados que arrojan piedras y encienden neumáticos en las calles de Puerto Príncipe figuran seguramente en la lista de los aspirantes en turno a cruzar la frontera hacia las promisorias tierras donde tanto se luchó para que sus ancestros se retiraran.
Antes vinieron para asolarnos. Ahora, si no vienen, nos asolamos nosotros mismos en términos económicos porque no habría quien recogiera el café ni cortara la caña: No existiría una sola torre en Piantini ni en el entorno alucinante del Mirador Sur.
Las cisternas apenas se conocieran y no se produciría ese importante relevo que permite a los dominicanos dejar a los haitianos haciendo cosas mientras ellos se van a Europa y Estados Unidos a producir las remesas que tanto ayudan a mantener a los compatriotas suyos que tenazmente nos quedamos aquí.
Esta parte de Quisqueya es fuente de paz para el valiente pueblo haitiano; Louverture les dio la libertad al otro lado pero nos dejó la tarea de alimentarlos para el buen dominio de sus instintos de rebeldía.