LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Entre lo sublime y lo ridículo solo habría una línea leve que los separa, según dice la tradición. Entre el muchacho tranquilo imbuido en estudios, internet y discotecas, y el que sería capaz de cortarle la yugular a cualquier con tal de quedarse con su celular encontraríamos  la diferencia que produce un denso aprendizaje de la vagabundería callejera y quién sabe si también un vacío de paternidad responsable de esos que propician que el individuo nuevo no aprenda a diferenciar el bien del mal.

No hay derecho para que a un pillo reputado de adolescente le llamemos con un nombre en diminutivo, por ejemplo “Angelito”, solo por ser lampiño y chiquito. Veamos primero su escroto, su falta de vergüenza, su culto a la Pasola y el pitillo que retuerce su conciencia.

Bajo el empuje de la evolución, la minoría de edad es casi un mito.

En el veloz siglo de la información cualquier chico precozmente auto entrenado superaría a Jack el Destripador a partir de los 14 años.

Los tiempos han echado para atrás el umbral de la juventud de la misma forma en que la cirugía plástica hace aparecer como muchachitas y treintañeras a algunas doñas que vieron nacer a hombres que ya parecen viejos.

Entre la vejez real y las anatomías  femeninas de buena apariencia no hallaríamos, desde luego, una línea sutil; pero sí  muchos bisturís, implantes y liposucciones.

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