Entre las hazañas del deporte y la política
La política sigue siendo una carrera muy promisoria en este escenario pobre en sanciones y escaso en reacciones a la conducta dudosa. Poblado por una sociedad que cree en oportunidades y se ríe y ridiculiza al que pasa por un cargo y sale con los bolsillos vacíos. Califica para que lo llamen pendejo y muera casi en la miseria, como le ocurrió a don Jorge Martínez Lavandier después de estar por años en altas responsabilidades de las finanzas públicas.
¡A la pelota o a la política! Es alternativa de éxito para jóvenes. Pero ser un buen short stop que además le pegue bien a la pelota para merecer un salario millonario sería algo excepcional. En cambio para trepar por la vía partidaria no hay que demostrar que se es buen prospecto. De ordinario no hay obstáculos para quien aspire a ser un Morrobel de la realidad. El equivalente en política a un palo por los 411 del estadio Quisqueya sería algo que se concrete en comisiones secretas para las que no se necesitan buenas piernas ni correr. Es un fildeo de pocos esfuerzos; y para recibir gruesas entradas, formales o no, que provengan del Erario o del tráfico de influencias nadie ha tenido jamás que pegar nueve ceros.
Steinbrenner no es espléndido con un Alex Rodríguez por atributos de género. Eso se le deja a Madonna. Pero aquí, en el ámbito político, puede lograrse fortuna con un crossover entre partidos. Alguien que vea al Estado como botín hallaría puesto en el all star de la ganancia fácil. En verdad, la diferencia entre ser grande en deportes y serlo en política es enorme. En un caso se podría hablar de honor y competencia en términos reales. En el otro, podría bastar con que se aparente que se tienen los dones.