Por lo que se ha visto en el tiempo, la consanguinidad es una condición retráctil y extensible a la vez. El Don de notable posición de mando pronto descubre que los deleites que provienen de las mieles del poder no llegan solos. Situado ya en el nivel de vida que permite la posesión resonante de bienes gracias al versátil ejercicio de expedir nombramientos, cualquier caballero de la política verá que con frecuencia alguien le echará el brazo para exclamar: ¡primo, cuánto tiempo! Si desconfía, será su tarea hurgar por las ramas de su genealogía en busca de fundamentos y grados a los nexos invocados.
Cuando la prominencia jerárquica del individuo se mantiene período a período, la invocación de ascendencias y descendencias colaterales se pasaría de abundante. Estar arriba en un Estado de ubres generosas, vuelve interesantísimos los mozos y las mozas de la estirpe de que se trate. Para algunos pretendientes no existiría noviazgo más codiciable que aquel que pueda conducir a un cheque mensual que ronde los cien mil pesos. Sería una forma de asegurar sólidos emolumentos gracias a algún Cupido sobornable. Pero que esté claro que en política, como en otros ámbitos, ocurren los movimientos a la inversa. A cualquier señorón la desgracia de quedar en un instante fuera del presupuesto -algo que siempre ocurre y de la que ni siquiera Balaguer escapó- puede diezmar sus parentescos en menos de lo que canta un gallo.