La columna de Horacio

La columna de Horacio

Se tiene visto que en política la pequeñez puede arrojar beneficios. Si lo usual en la democracia criolla es que haya comida para el boa, al que sea potrillo en una carrera electoral encabezada por ejemplares mayores se le garantizaría también algunas de las recompensas reservadas para las posiciones de zaga.

Y como en ocasiones aflora el riesgo de un estrecho resultado en el conteo, como esos de hipódromos con «foto finish» en la meta, cualquier ventorrillo de mil quinientos sufragantes: la directiva, cónyuges, primos y demás familiares, tiene la posibilidad de aparecer con honores y supuestamente representar la diferencia que adjudicó el triunfo aunque se haya carecido de peso específico. El primer capítulo de alianzas de los procesos comiciales consiste siempre en eso: un pez grande que arrastra las sardinas. A diferencia de lo que ocurriría con la fábula del tiburón, el plan final no es devorarlas sino compartir el festín con ellas. Exigüidad partidaria no significa necesariamente costos menores para el Fisco.

Hay aliados de poca monta que salen caros, presupuestariamente, pues tras haber sumado unos pocos votos a la causa, sus dirigentes, que generalmente llegan a las arcas del Estado por la vía del transfuguismo, pasan a un control de gastos y empleos mediante los cuales los contribuyentes pagan oro a cambio de las moneditas de cobre que sus aportes representaron para el caudal de urnas. Definitivamente, a las colas de león estas cherchas electorales deben parecerles encantadoras.



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