La columna de Horacio

La columna de Horacio

El país se encuentra al parecer ante demostraciones de que las palabras, aun lanzadas como dardos de puntas venenosas, apenas pellizcan el honor y en pocos casos hieren el orgullo.

Los matches no pierden bríos y ningún contendiente necesita que lo salve la campana. Aquel que cae a la lona, desde ella abre la bocaza para disparar un vituperio mayor que el que lo derribó.

Ya pocos dominicanos celebran las virtudes de sus candidatos; aplauden sus corazas. Los trajes que les dan insensibilidad y descaro ante el fuego cruzado en que se desenvuelven.

En lo que se averigua si lo que le dijeron a Fulano es verdad o mentira, estalla en el cuadrilátero un nuevo bodrio pestilente que proviene del rival. Luego surge una confusión sobre supuestos elementos de juicio. ¿Quién diablo va a disponer de tiempo para separar la paja del arroz si a cada rato surge una mezcla mayor de cereal maleado?

¡Qué poderoso es ese candidato!  Podría decirse de alguno. Lo usaron para trapear el piso al tiempo de acribillarlo con acusaciones y sigue ahí como el primer guandul. Y como nadie, a ciencia cierta, responde el quid de las andanadas, y las voces se quedan por las ramas, es imposible determinar si lo que abunda es la grandeza o es el cinismo. Cada gladiador desnuda al otro pero ninguno se cubre las partes pudendas. ¿Habrá al final un Presidente Electo o las elecciones nos depararán al sobreviviente de unas guerras púnicas que habrían transcurrido sin derramamientos de sangre pero en las que siempre hubo que taparse la nariz?

horacio@hoy.com.do

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