LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

La fuga de cerebros  no pasa de ser un renglón, y no el más importante, en el marco del éxodo de este “colectivo” criollo que algunos optimistas llaman nación. Vi partir  al exterior desde mis cercanías a una muchacha de piel acanelada, vivos ojos de largas pestañas y llamativas pantorrillas. No creo que vaya a colocarse en algún mercado externo con exigencia para lo cerebral.

Las demás partes de su organismo no merecerían tanta subestimación. Días atrás observé en un noticiario de televisión el rostro de un hombre que fue atrapado mientras se “fugaba” por la costa higüeyana. Su prisa por ganar dinero y dejar atrás la miseria, como él decía, me confirmaban que lo que más pronto quería sacar del país no eran las circunvoluciones de su encéfalo sino el estómago. Un taxista de un barrio cercano me anunció el jueves: “en un mes me voy de este país; no aguanto más.”

Luego me habló de su abundancia de recibos de compraventas y de la última transacción que había convertido a una financiera en la verdadera dueña de su envejecido Toyota.  Sus deudas, definitivamente, pesan más en su plan migratorio que su coeficiente intelectual, innecesario para lavar platos en Puerto Rico.

Una bella y talentosa egresada de la UASD que se fue a seguir estudiando en Barcelona hizo lo al revés en materia de fugas cerebrales. Cinco años después regresó del brazo de un español, químico de primera, y de un pequeñuelo muy inteligente que pronto descollará en el colegio. Le regresó a la sociedad su propio cráneo, mejor amueblado ahora académicamente, y dos más que seguramente van a ser muy útiles a la República.

Publicaciones Relacionadas