Dar de sí al final, pero mientras más tarde mejor
La igualdad entre los seres humanos es tan real que el corazón que hoy late en el pecho de Juana podría hacerlo en el de Juan pasado mañana por obra de un trasplante, para lo cual se requeriría la previa, fría y solidaria anuencia de la donante, seguida de algún acto fatal que le haga factible prescindir del músculo cardíaco.
Una vieja sabiduría reza que esta vida (por corta y porque de ella nada puede uno llevarse) es prestada. La frase adquiere un sentido literal ante la funcionalidad propiciada por la ciencia que permite al individuo solo usar sus riñones mientras los necesite y por propia decisión evitar la descomposición que sufriría en la cripta. Luego aparecería quién los necesite.
Desde luego que todo el que por amor al prójimo esté dispuesto a compartir el uso de dones de su cuerpo deberá cuidarlos para que a la hora de mudarlos sirvan para bastante tiempo más en sustentar la vida.
Cuando me encuentro con algún asiduo bebedor que se tambalea a la salida de un bar me digo que el hígado que lleva vino al mundo para un solo, indefectible y desastroso usuario.
Ciertas obesidades, sedentarismos y consumos de tabaco son situaciones de personas que más que a donar van por la vida obligadas a tener que recibir partes ajenas con tal de seguir por buen tiempo en este valle de lágrimas.
En cambio, quién no quisiera sentir en su piel los latidos y la cálida irrigación de un ser de la cercanía que le parezca especialmente bello y saludable; existiendo siempre la posibilidad de que logremos que tal preciosidad pueda estar conectada a nuestra organización celular sin que haya necesidad de desarreglar su organismo con una cirugía.