El efecto demostración con uso de multitudes es un recurso de las campañas políticas para que a ojos de buen cubero se tenga idea de la popularidad de los candidatos, a los que después las urnas colocan en su justo lugar. En el común de la gente, en otros ámbitos de la vida nacional, esta impresión de primera vista también funciona. El observador no cree en cifras de crecimiento de la economía si sus propios bolsillos están pelados y en adición acaba de ver dos tiendas de la avenida Duarte completamente vacías de compradores. Pero si luego encontró tres colmados repletos de bebedores vacilará en sus conclusiones. Algo de más ingreso debe estarse dando si hay montones de individuos gastando.
Cualquier inusitado festival que ateste al estadio Olímpico a pesar de que las boletas eran caras haría pensar en una nación feliz de suficiente poder adquisitivo. Ruidos y apariencia. Tales concurrencias constituyen en verdad un minúsculo porcentaje de la población económicamente activa. Definitivamente, para juzgar la realidad hay que mirar para todos lados, restar y sumar y no hacerle mucho caso al temperamento de los pueblerinos que a unos encuestadores les dirán que son los seres más felices de la Tierra, y a otros que se los está llevando el Diablo. Cualquier parroquiano bien desayunado que fuese cuestionado podría tener cierta euforia hacia lo positivo, gracias a la salsita de huevo con mangú. A la madre que agredió a pedradas a médicos en huelga frente al hospital en que acababa de morir su hijo por un balazo probablemente no le asistía la razón. Se trataba al parecer de una herida mortal por necesidad, pero aquella reunión de galenos exhibía una pasividad huelgaria que ella, sin remedios, atribuyó a la indolencia (?)