Voces fuera de agenda
Aunque hace días que no sé de ellos, estoy casi seguro de que Julio, Ulises y Arturito acudieron recientemente al play de Santiago para nada: fueron dejados con la carabina al hombro y los abucheos en el coleto, pendientes de ser emitidos en alguna próxima ocasión.
El buuuu es una institución en este país. ¿Quién lo niega? Se trata del indefectible rival del aplauso, y de cualquier otro signo de aprobación, y sus cultores tratan de colarse por todas partes.
Un mal cantante o una orquesta que desafine sin piedad tendría que pensarlo dos veces antes de colocarse en el escenario. Y lo que es atendible también: la rechifla artera y de perfiles confusos o anónimos, puede herir la vanidad incluso de aquel que parezca que va por buen camino porque el malo ya hubo una vez que lo ayudaron a cerrarlo.
Además, siempre será preocupante la instantánea capacidad de contagio que tiene esa voz unísona que en la multitud comienza como un ronroneo o murmullo que va alargando, y convirtiendo en abochornante, la pronunciación de la sílaba bu.
Crece como espaguetti en paila hasta convertirse en zumbido de categoría general (de 5 estrellas). Prontamente, la sonrisa del desaprobado se tornará en truño o rictus que no permite adivinar si el personaje en cuestión está a punto de llorar o reir.
Presumo, por lo que conozco de la forma de actuar de Julio, Ulises y Arturito que ellos incluso ensayaron el do de pecho que les hubiera gustado hacer resonar el flamante estadio Cibao, con un posible efecto de bola de nieve que rodara hasta el terreno, casi con nivel plebiscitario. Pero más sabe el Diablo por viejo que por malo, y la diana de sus pulidos dardos de desaprobación no hizo presencia.