El espectro de la recesión
Las riesgosas y desafiantes travesías; las que llevan tiburones como escolta y son guiadas por infames capitanes que cobran por poner en grave riesgo a sus clientes, tienen la amenaza adicional de que allá, en el american dream el dólar se vaya a tornar muy escaso y el desempleo guarde parecido con el del país que se dejó (¿atrás?).
Una vieja sabiduría popular indica que si el Tío Sam estornuda, Latinoamérica va a contraer pulmonía, y sucede que un contagioso derrumbe del mercado inmobiliario ha obligado a aplicar a la economía norteamericana cuantiosas transfusiones de dinero con la esperanza de que no zozobre. Lo previsible es que si Wall Street se trastorna demasiado por los males catarrales de sus valores y sobreviene una sucesión de quiebras, el enflaquecimiento de las remesas también haría estragos en millones de familias del lar nativo. Y ¡libre Dios! a Jánico, en el Cibao, y a Baní, en el Sur, de que el torbellino de hombres y mujeres que emigró para producir más deje de soplar con las divisas de retorno, que siempre han dado vida a esos y otros pueblos.
Una recesión en Estados Unidos tendría, como consecuencia adicional, un severo efecto depresor sobre las economías europeas. Los dominicanos solemos sentirnos ofendidos si algún sociólogo de renombre resalta y exagera el vital efecto sustentador de la economía criolla que producen los envíos monetarios desde el viejo continente, hechos por miles de nuestras compatriotas que con habilidad y encanto logran, al acurrucarse con clientes, llenar sus bolsos con dinero.
No es necesario exagerar estadísticamente ese fenómeno, pero roguemos que a esas mujeres les siga yendo bien, que la recesión estadounidense, que podría cruzar el hemisferio, se detenga y perezca en medio del Atlántico.