Hermanados para gobernar
¿Quién duda que el acontecer partidario entrelaza de tal forma a los congéneres de las luchas electorales que no se necesitan nexos genéticos para sentirse miembros de una misma «familia», sea para buenos o malos fines, pero sobre todo para las oportunidades que parezcan caer del cielo como el maná? Las mieles del poder tienden a compartirse fenomenalmente con o sin exhibición de los apellidos de relieve. El favoritismo no necesita patronímicos ni parentelas para su aplicación con designaciones en el Estado cuando es dirigido «a la criolla» con preferencias personales que en algunos momentos quizás merezcan la etiqueta de nepotismo.
¿Quién duda que el acontecer partidario entrelaza de tal forma a los congéneres de las luchas electorales que no se necesitan nexos genéticos para sentirse miembros de una misma «familia», sea para buenos o malos fines, pero sobre todo para las oportunidades que parezcan caer del cielo como el maná? Las mieles del poder tienden a compartirse fenomenalmente con o sin exhibición de los apellidos de relieve. El favoritismo no necesita patronímicos ni parentelas para su aplicación con designaciones en el Estado cuando es dirigido «a la criolla» con preferencias personales que en algunos momentos quizás merezcan la etiqueta de nepotismo.
A otras selectivas asignaciones de función se haría difícil tipificarlas como manda la Constitución aunque todos sabemos que si algo vuela como pato, nada como pato y grazna como pato, no puede tratarse de una lechuza. Yo por ti y tú por mí.
Cuando de repartir investiduras oficiales se trata, los «enllaves» de las jerarquías elevadas encuentran más puertas abiertas para nombramientos que cualquier aspirante de sólida formación pero de débiles relaciones y escasa vinculación a cofradías pueblerinas o barriales. Si la sangre pesa más que el agua, los compadreos y padrinazgos no son una pendejaíta.
La confesa participación de «familias enteras» abrevando en las ubres gubernamentales en el pasado reciente -aunque luego fracasara electoralmente el auspiciador del inaudito engrosamiento burocrático- demuestra lo lejos a que puede llegarse en el encadenamiento de afectos, afiliaciones y ADN en esta «Res Pública».
Al fin y al cabo, a todos se nos presume descendientes de Adán o de alguna pareja de primates africanos que se aparearon sin indiscretas presencias de culebras con manzanas, cuyos descendientes evolucionaron exitosamente y lograron tan buenas relaciones primarias que algunos solo tienen que hacer un par de gestiones para pertenecer a algún clan gobernante. Los parentescos tienen grados que a veces conviene exagerar en sus alcances.
Si Gengis Kan resucita en el siglo 21 y lo reciben con una lista de todos los seres vivos que ahora aparecen como frutos generacionales de su linaje y promiscuas relaciones a troche y moche de los viejos tiempos, dispondría de una horda de millones de tataranietos y demás sucesores de su estirpe, suficientes para practicar, con mayor holgura que cualquier otro conquistador un nepotismo imperial a nombre de la modernidad.