Existe un otro yo en los seres humanos que uno ve a diario cuya aparición asombra pues generalmente resulta muy diferente del que ha estado a la vista hasta ese momento. La vida se ha llenado de historias sobre individuos que parecían incapaces de matar una mosca hasta que un día
Los linchamientos (bárbaras acciones de turbas contra supuestos delincuentes) son tan frecuentes que harían pensar que las ciudades están llenas de homicidas en potencia, con sangrientos instintos adormecidos que solo despertarían si aparece algún pillo. De repente, el fulano inofensivo del delivery, el taxista que en esos momentos pasaba y el fisiculturista que reside a una esquina, escucharon entre alaridos las palabras ¡un ladrón! y dejaron todo lo que estaban haciendo para hacerse de garrotes, piedras y cualquier otra cosa filosa. Les estalla el Hulk particular de los escarmientos rudos y directos. Aquellos que a la luz meridiana vayan a sentir consternación ante primitivos y crueles ajusticiamientos no tendrían más alternativa que voltear la cara.
En otros tiempos los desdoblamientos de personalidad de hijos e hijas de vecinos eran benignos o escasos de truculencia. El señorito cajero de banco que un día fueron a allanar porque además de llevar dinero para la bóveda, llevaba para su casa, con mucha discreción por cierto. Podía ocurrir también que una muchacha de cuadra cercana tuviera toda la catadura de novicia de falda larga y misal y que en algún momento se descubriera que detrás de ese recato había un ser normal, con una libídine de furioso despertar en los zaguanes, como otras doncellas.