LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

El verbo desmantelar sugiere un efecto muy severo sobre determinadas cosas, como echar abajo la artillería de una fortaleza o desalojar por completo al enemigo aplastándolo en su propia sede. Cuando las autoridades capturan a un microtraficante de drogas se refieren a un “tiguere”  de bolsitas en mano que iba y venía desde una impenetrable retaguardia hasta su ansiosa y elusiva clientela. No se está diciendo que exista garantía de que el hilo va a conducir al ovillo. De existir esa relación automática de causa y efecto  el alijo  y el dinero de los ejecutados en Paya hubiera aparecido hace tiempo.

Lo que se ha dado en llamar “punto de drogas” podría ser descrito también como punta de iceberg pero con una distancia más larga y tortuosa entre la extremidad superior y la base.

Se trata de un productivo negocio con mecanismos de relevo, laberintos de calles y callejones, máscaras y ocultamientos, líneas expreso con inusitados deliverys y expeditas reservas de “mano de obra” que garantizan que por cada minorista que caiga habría dos para llenar vacantes. Hablemos ahora de las debilidades de carácter de los “efectivos” encargados de la persecución de los que dudan incluso sus propios superiores, allá en lo alto. En ocasiones, desmantelar de manera definitiva cierto  expendio equivaldría a cerrar una puerta por la que rutinariamente se ha estado alcanzando, contante y sonante, un lucro fácil y abundante. Cómo negarlo.

 

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