Por dramáticas que parezcan las crisis y deplorable la realidad, este es un país de cíclicos alivios, distensión y esperanza; aun cuando luego, casi de una vez, retornemos a los atascos. Creo que todo sería peor y que los índices de suicidios y de emigraciones desesperadas subirían de manera estremecedora si no apareciera con recurrencia el Mago de la Palabra que trata de infundir valor fijando plazos finales a la desgracia, sacando de la chistera alguna nueva fórmula salvadora o un novísimo plan para salir adelante; o creando una comisión que con fuerza renovada bregue con algún problema, todo rodeado de un sinfín de foros y diagnósticos.
Ese siempre comenzar que se presenta episódicamente proponiendo más objetivos para la educación nacional o invitando a redefinir las metas en el sector energético o lanzando la formulación de estrategias para el rescate del agro y la pecuaria, confirma que no solo de pan vive el hambre. También vive de la ilusión de que al final el pan llegará. El dominicano, que con frecuencia está abrumado por realidades, se nos podría ir por el hoyo de la cuneta si de vez en cuando un Príncipe no da un timbrazo contra la desesperanza. Para que cuente y jure que en el 2012 ya no habrá apagones. La prestidigitación que finalmente resuelve muy poco- a veces es más atrevida de la cuenta, como cuando se pretendió a lo Mandrake convencer a la gente de que la crisis que la acogotaba desde hace un año no había llegado todavía. Aquellos duros apuros no pasaban de ser un avance o triller de lo que sería después una película de terror.