LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

En el “Manual del Buen Mediador”  deben aparecer con toda seguridad unas instrucciones para alcanzar la mayor  versatilidad  posible en el manejo del rostro. Una  cara cordial, receptiva y equidistante para las dos partes que estén  en conflicto aunque alguna de ellas mereciera un  severo truño.  Como algunos estudiosos reniegan por completo de la imparcialidad per se como condición  que el ser humano pueda alcanzar, habrá quien jure que no ha nacido todavía el componedor de entuertos  que quede fuera de toda duda.

Es como si detrás de todas las fuerzas que caen en antagonismos hubiese que ver, y tomar partido, entre  Dios y el Diablo, el aceite y el vinagre, la noche y el día. Imposibles de armonizar. Los escépticos no cesan de creer que sea quien sea el árbitro, y llámese como se llame, siempre  podría tratarse de alguien que tiene mucho que agradecerle al Señor  y que nada querría con su archirival de las tinieblas. De todos modos de vez en cuando debe  aparecer alguien que se sobreponga bastante   a sus muy subjetivas ideas de las cosas y de la gente para  arbitrar con imparcialidad.

Presumimos  que el “Manual del Buen Mediador” prevé incluso la posibilidad de que el subconsciente pueda arruinar cualquier gestión en ese ramo. Su texto recomendaría para evitarlo una desatención total  a las influencias de aquella parte del conflicto con la que haya existido una inveterada coincidencia de criterios.  Reclamaría obediencia total a una  milenaria  instrucción superior: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Que así sea, con sotana o sin ella.

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