LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Un general a tono con los hechos, y al acecho de astucias ajenas, debe ser el primero en llegar al lugar de los hechos si su tarea es perseguir el crimen. Pero también ser el primer en llevar  a las alturas cada  versión  novísima sobre cuestiones atinentes a su jefatura. Recuérdese por demás que él ha sido pionero en atribuir estricto valor mediático a la impresión muy extendida de que este es un país inseguro, que el crimen arropa.

Sus estadísticas siempre dicen lo contrario. Pero la gente se acoge bastante a su propio  conteo: en el barrio roban todos los días. Cada día, alguien llega al trabajo afectado por el delito callejero y lo cuenta.  Sobran historias sobre rufianes en el transporte público y en los alrededores de empresas. Los bancos tienen más miedo que vergüenza en la expedición de dinero a través de cajeros automáticos. Una sola entidad de ese ramo sufrió tres asaltos en un mes. El aeropuerto es pasto de los  “cleptómanos”. Las compañías de “Guachimanes” triplican la cantidad de policías y todavía no alcanzan; y a diario alguno de esos vigilantes mal comidos entrega la vida en el cumplimiento del deber. En ese contexto, cualquier secretito al Presidente, saliendo para Libia, puede hacer bajar la marea antes que llegue a sus oídos algún runrún interesado de los trepadores, sobre todos si en los cálculos del incumbente  aparecen setenta  otros generales que aspiran a  su cargo… y siguen llegando. Contra el poder mediático existe el cuchicheo sin moros en la costa. Directo y en vivo. “Buen viaje Presidente, pero no se olvide de alargar mi feliz estadía en esta silla carente por completo de alfileres”.

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