El ambiente, los fenómenos climáticos y los accidentes geográficos, y hasta el rumbo mismo de la existencia, dictan cambios a la morfología de los seres vivos. La tesis aquella de que el hombre es él y sus circunstancias, llega más lejos de lo que podría suponerse, pues la persistencia de factores epocales imprime sellos sobre el individuo.
El pez de profundidad desarrolla una ceguera que a sus genes impone cambios por la constante falta de luz; o genera la consecuencia de que sus ojos aparezcan saltados de órbita en una respuesta desesperada por querer ver en la abisal oscuridad que atraviesa los siglos de los fondos marinos. En tierra firme pasa algo parecido. El tipo criollo promedio (me refiero al dominicano de sierras y llanos costeros) no escaparía a las reglas de la naturaleza y de la evolución. Valdría la pena intentar una predicción sobre la forma definitiva del homus quisqueyanus que devendrá de la constante presencia en su medio de sombras intermitentes intercaladas por black out comúnmente llamadas apagones.
Cuáles rasgos acentuados dejarán en estos bípedos cuerpos los actos ya inconscientes de querer salir huyendo desde que escuchan el sonido de una Passola o el estallido de un fuego artificial mientras se discurre bajo el signo de lo delictivo. Este dominicano hervido en consuetudinaria politiquería, clientelismos y discordias inter partidarias podría llegar a la posteridad con una facha y una psiquis de sorprendentes particularidades. Tal vez resulte un tataranieto de malas pulgas, extremidades de gacela y cierta tendencia a conductas cuasi homicidas por reflejo.