Cada sector, en su perspectiva y visión generalmente aguijoneadas por fantasmas particulares, ve la hechura constitucional con perfiles diferentes: avanzada, retrógrada o berrenda, según el ojo que la mira. Unas diferencias de apreciaciones que tendieron a agudizarse con el pacto bilateral de voluntades superiores que tras combatirse mucho y suponerse desiguales hallaron complacencias y conveniencias comunes y al diablo con las quejas aunque resulten mayores que las aprobaciones. Una estrategia a la vista: mezclar normas con excepciones empleando recurrentemente lenguaje tornasol.
Y en el futuro, el que tenga más saliva que trague más hojaldre. Una constitución que vista de un lado reconoce la importancia de los preteridos y desarrapados. Vista del otro, tiene brechas para el acceso de los codiciosos y posesivos hasta de la naturaleza, y a la medida de radicales que excusan la muerte si es para defender la vida. Aunque vale sospechar que hay más poses que doctrina y más miedo que vergüenza a los dictados del conservadurismo. Reyes de la política que casi se mojan los pantalones cada vez que un príncipe se encabrona.
Se pronostica que la historia va a repetirse pues habrá un parto constitucional que por sus consecuencias endurecerá a una parte de la sociedad con los anticuerpos del rechazo, motivo suficiente para que de inmediato se clame por una nueva criatura legislativa. No más injertos.