La multiplicación de la especie conduce a severos efectos colaterales y aunque fuere en respuesta a un mandato de la Providencia o un indefectible comportamiento de la naturaleza, es obligatorio que lamentemos su intensa progresión. Los críticos sociales (temerosos de ser acusados de maltusianos) han preferido suponer que ahora tenemos una proliferación impresionante de inconductas de todo género por el principal motivo de que fallan más los controles de la ley y los de la moral que se adquiere en familia.
No obstante, lo más que uno podía encontrar antes en 5 kilómetros cuadrados de algún barrio menos poblados que en el presente- eran siete u ocho muchachos holgazaneando y adquiriendo vicios. Hoy serían sesenta cada tres cuadras. En otras épocas, el tope de diputados corruptibles -suponiendo que solo pudiera desviarse el 33% de los que ingresan a esa especie- no pasaba de diez. Ahora el total congresional ascendente serviría para que una cuota muchísimo mayor pueda perder la vergüenza.
Las canonjías municipales de otrora, cuando los regidores ni siquiera tenían el contundente incentivo de cobrar, eran escasas. Ahora se cuentan por miles los aspirantes al Erario por esa vía. No obstante, supongo que la cosa fuera peor para el país si los tipos humanos sedientos de oportunidades y de ubres fiscales no tuvieran la opción de cargos y poltronas en cabildos diversos inventados de continuo por la politiquería.
Mucho más gente vaga y con tendencia a la insurrección andaría por esas calles de Dios dispuesta a cualquier cosa. Porque al fin de cuentas no creo que para aplacar gentíos morados y de aliados Don Leonel pueda atreverse a nombrar tres mil quinientos vicecónsules más en Nueva York, Boston, Miami, Roma y Madrid.