La ambigüedad parece inherente a ciertos ejercicios de poder, sobre todo cuando los entes que lo ejercen sobredimensionan lo fáctico y creen mucho en el agradecimiento. Aparentar siquiera que se está con Dios y con el Diablo a la vez puede funcionar como póliza de seguro para la conservación del aura y las prerrogativas.
Quizás si Zelaya hubiera tomado eso en cuenta no estaría defenestrado y a cobijo de Brasil esperando que las palomas de Micheletti pongan. Por el contrario Balaguer cultivaba la versatilidad. Una vez hizo a Peña Gómez en persona una singular apología: es usted el más grande político de su generación. Luego casi lo mata del corazón cerrándole el paso y terminó apodándolo antológicamente: El Camino Malo. Se comprobó que en su rutina este Cortesano de la Era estampaba dos rúbricas.
Una para que los subalternos ejecutaran estrictamente la orden contenida en el papel. Otra para ser echada al cubo de basura. Elito, ese mismo, el de la Máximo Gómez, se ha prolongado en el tiempo y el espacio con otro cuerpo pero con placa 01 y todo.
Cuando se dice que su continuador practica una tolerancia inaudita se le está reconocido la poliédrica facultad de siempre de ser amigo de los amigos y de aquel que lo siga aunque una y otra vez se pase de indelicado.