LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Zulú, el típico jardinero a destajo de los barrios, es pobre pero vive acomodado a las flexibilidades  de esta sociedad, esas que, como si no pasara nada,  le permiten al común de los ciudadanos hacer rodar las reglas  en cualquier sentido para no cumplirlas o para pretender con exageración que otros las acaten.

Un día me detuve a examinar la motocicleta en que suele aparecerse a nuestros predios. No tenía guardalodos, ni foco, ni placa, además de que su conductor  no tiene el  seguro de ley ni  licencia para conducir. Pero le escuché  lanzando pestes porque un minibús de parecidas carencias le tumbó y casi le mata. “¡Sinvergüenzas estos choferes que transitan por las calles como les da la gana!”

Cierta tarde su pataleo era contra la CDE de entonces. Se le había quemado el motor de una vieja nevera y proclamaba que levantaría  una demanda por daños y perjuicios causados por voltajes anormales. La verdad: su luz  es directa del poste, sin control de intensidad ni de consumo. Sólo él hubiera sido responsable de su propia electrocución.

Para un diciembre se puso demasiado simpático con una recién llegada a los servicios domésticos de la casa de los Pérez. Le buscaba conversación en todos  los recesos de cocina y lavado. Un día se le apareció con un estuche barato pero presentable de cosméticos y aunque ella le rogaba que no se pusiera a eso, él insistió… porque Zulú nunca averiguó primero si era por educación que a él le sonreía o si era por natural discreción que callaba su condición de madre y casada. Tres muchachos y un marido áspero y directo que en dos ocasiones vino en busca de Zulú para preguntarle el porqué de su zalamería. Nunca lo encontró. Por instinto, Zulú evita las consecuencias  que  a veces trae olvidarse de las reglas.

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