LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

El pueblo, ese señor al que pretendo  ver como si se tratara de una sola persona, es realista y tiene gran sentido de la oportunidad. Está hecho de la mismas fibras de los políticos y siempre estará por las esquinas dispuesto al caravaneo y al bandereo, o con la cédula al día para votar por ellos sin chistar. Porque la gente de a pie cree más en el sabiondo que le pinta pajaritos en el aire que en el pendejo, que es como suelen decirle al ciudadano franco que considera inmoral  obsequiarle  un pote de romo a un potencial adepto.

El político más votado del país fue un vegano incriminado meses antes de las elecciones por tráfico ilegal de chinos. Nadie se imaginaba hasta ese instante que en La Vega se identificaran tanto con la raza amarilla, el chofán y el pollo al jengibre hasta el punto de considerar  un heroísmo la importación de ojos oblicuos aunque fuera irregular.

Si alguien de quienes esto  leen está por postularse le recomiendo convertirse primero en parlanchín ilusionista. Falsee la realidad haciendo creer que los problemas inmediatos de la gente se van a resolver con solo votar por el susodicho. Háblele al público de fórmulas para hacer desaparecer la basura como por arte de magia, crear industrias y volver una tacita de oro al municipio, o al país entero, según sea el tamaño  de las aspiraciones. Concite entusiasmo en torno suyo, apretando manos y dejando caer papeletas, que lo más  probable es que los prosélitos no se pondrán a buscarles lógica a las palabras. Juan Bosch llamaba a eso El Matadero, sin imaginarse que después sus discípulos le sacarían muchísimo provecho.

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