Hay que haber estado alguna vez en lugares de corte y arrimo de caña de azúcar para apreciar en su justas características el trabajo del carretero y guía, que debe lograr la llegada a tiempo y en buenas condiciones de la carga destinada a la molienda allá en el ingenio. No hay buey fuerte ni yunta que sirva si el que está a cargo no aglutina, disuade y persuade aplicando la pica para que haya pinchazos (tan imprescindible a veces para que la cosa camine). El objetivo es que la acción de transportar se dé sin desviaciones a lo largo del camino.
¡Ven acá Bolefuego! Ocurre que los animales de tiro llevan nombres, tienen individualidades, mañas, soltura y virtudes. La coincidencia o destino los reúne para la tarea pero quien tiene que lograr que mansos y cimarrones coloquen la tracción en una misma dirección es el comandante en Jefe que no puede serlo débilmente o de nombre para viajes de Estado, rimbombancias de poder y tolerancias inauditas. No se ve bien que el carretero se encabrone demasiado si su tropa funciona mal, si él, visiblemente, no estuvo presto antes para fijar bien los límites y propósitos. En el a veces bravío pero pintoresco mundo natural suele aparecer lo variopinto. Algún ejemplar merecedor de que lo llamen Luna Nueva, reflejo espléndido de una noche iluminada. U otro que al ser bautizado como Azabache denote la plenitud de la oscuridad. El carretero tiene que arreglárselas para que las disparidades no propicien el error.