LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

A pesar de su pintoresco discurrir, Zulú, el jornalero de cotidianidades domésticas,  no podría considerarse  un ser diferenciado en aspectos esenciales. Suele estar  a “mitad de camino” como muchos otros individuos de su entorno. Su temor a ser asaltado en el primer recodo a la caída de la tarde no es menor que el que siente el administrador de cualquier empresa. Incluso no hace mucho pensó que su hora había llegado cuando al tardarse en sacar la cartera en un bajadero al río cerca de su casa, le propinaron un golpe a la cabeza con una pistola 45. Al adinerado  lo hubieran matado por un millón y medio de pesos. A él por 63 con 15. Al ver la insignificancia del “botín”, con más razón quería matarlo el asaltante.

Zulú se queja de que a su casa llega luz por pocas horas. Gasta mucho en kerosén y velas. Tiene que comprar a camioneros parte del agua que consume para almacenarla en tanques en vez de cisternas. Se lamentaba además de que la última vez que se querelló contra un vecino difícil que lo amenazó, la Policía le pidió para la gasolina de ir al barrio a intervenir; y le entregó un papel, a modo de orden de prisión, para que él mismo  enfrentara al violento borracho de su vecindad. Con toda rusticidad, Zulú tiene que buscarse el 50% de lo que la versión criolla del sistema no concede ni a los ricos en servicios públicos y protección, incluyendo la desventaja de que tiene que ser su propio “guachimán” o fuerza de choque para proteger a su familia de los intrusos e insurrectos.

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