En ocasiones la sociedad parece el resultado de un ensamblaje entre dos grandes colectividades. Una que camina por la luz y otra por las tinieblas. Yo tú, él, nosotros, vosotros y ellos hemos de aparecer constantemente en alguna de ellas o haciendo el tránsito desde uno de esos litorales nacionales hacia el otro. ¿Sorprendería que en nuestra presencia algún enérgico constructor exprese toda su objeción al ingreso sin control de haitianos al territorio nacional y que luego sepamos, tal vez por su propio testimonio, que el 98% de la mano de obra que utiliza en sus proyectos es de esa foránea procedencia? Su enfoque del problema varía según que esté en el lugar de los hechos, entre varilla y cemento, o en una confortable cafetería de Arroyo Hondo, plácido lugar para la teoría y el cuento.
Con el uso de la electricidad se da algo parecido. Mucha gente, rica y pobre, sustrae el fluido en todo el sentido de la palabra. Otros muchos ciudadanos, que saben que eso no debe hacerse y que se avergonzarían si publicaran sus nombres, roban electricidad pero de forma atenuada para tranquilizar la conciencia. Solo frenan el contador a determinadas horas o usan conexiones clandestinas solo para evitar que el voraz consumo de los acondicionadores de aire se refleje en la factura. Una especie de cooperativa con Marranzini. El usuario en falta cubre únicamente la mitad del costo de la energía. A Celso le toca buscar con el Banco Mundial los recursos de la otra mitad. Sobre la culpabilidad se dirá que todo es relativo y que a veces las circunstancias mandan más que uno mismo. Por eso hasta algunas formas de evadir el fisco están consideradas como actos de legítima defensa. Mitad serafines, mitad diablillos, los seres humanos de estos tiempos abusamos de la dialéctica para seguir adelante.