Con diligente auspicio de los liderazgos de la política, muchos cargos públicos electivos fueron convertidos en pocos años en suculentas tajadas de sueldos altos, asignaciones para gastos extras, viáticos, barrilitos, autonomías financieras y más poder de decisión ante la sociedad más obligada ahora a pactar con ediles, legisladores y síndicos para no quedar atrapada o perjudicada por leyes, impuestos y arbitrios.
De esta manera, el ánimo de nuestros políticos de carrera y de políticos a la carrera y ansiosos de fortuna, fue llamado a una colosal movilización que muy tempranamente llena los espacios públicos de afiches con foto shop y rabioso colorido, de embestidas sonoras en guagüitas anunciadoras, spots de radio y TV, lluvias de notas de prensa y convites barriales a puro romo y sancocho, más unas que otras ayudas personales.
Tras ser implantada la democratización de las oportunidades para el ascenso y el lucro, han aparecido, como nunca antes, las reservas de candidaturas. Los líderes máximos se han lanzado de repente a disputarles su poder a los representantes de las bases que habían entusiasmado con cantos de sirena. Salió con fuerza desde los egos encumbrados de esas dirigencias la pasión por lo discrecional que facilita por igual la inclusión y la exclusión pero según una visión de conveniencias individuales. Ahora el pleito está casado; pero se trata de una reyerta entre ellos y en la que el ciudadano de a pie no tiene velas ni entierros, por lo que está llamado a la condición de espectador. Obligado a esperar, a ver qué pasa; quizás al final queden pocos sobrevivientes, políticamente hablando, y entonces el país podrá respirar aliviado.