Los viajes seducen al común de los individuos y se podría especular a modo de aventura antropológica en el sentido de que el homo sapiens es desde la cuna y hasta el tuétano, un ser concéntrico y excéntrico a la vez, urgido permanentemente de captar la vida no solo desde el lugar mismo que habita sino también desde ángulos distantes por aquello de que a veces los árboles no dejan ver el bosque. Si te trepas a una nube, no tendrás estorbos para una visión de conjunto y de detalles. E incluso puedes apreciar mejor los entuertos que dejas en tierra, algo de especial importancia si la arboleda en cuestión ha sido puesta a tu cuidado.
Pero como en los cúmulus nimbus no hay hoteles, ni siquiera los despreciables de segunda, ni guardias de honor, ni tumbapolvos de la propia nacionalidad que hagan genuflexiones, ni empresarios foráneos como los del quebrado Dubai que quieran aguajear con inversiones que nunca llegan pero que pueden computarse como logros en lo que se demuestra lo contrario, es preferible aterrizar en cualquier punto del globo terráqueo, con cualquier pretexto. Las cumbres inútiles están a dos por cheles, como diría Chávez, y debajo de cualquier yagua vieja puede aparecer tremendo alacrán. Los cuartos para la segunda, tercera y cuarta líneas del Metro de algún sitio tendrán que ir saliendo y excúsenme de nuevo.