LA COLUMNA DE HORACIO

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De Blackberry, Facebook  y You tube sabría muy poco. Su conexión digital con el mundo se reduce a un celular  casi de rango desechable. Ciertas maravillas modernas le pasan de largo. Rozan su piel. No más. Zulú, el desyerbador de predios barriales, se ha quedado atrás pero parece que lo disfruta. Un primo segundo lo buscaba desesperadamente para pedirle dinero “prestado”. El interesado no tuvo más remedio que recurrir a recados enviados al viejo estilo de las postas, pues Zulú es poco comunicativo y poco receptivo a ese tipo de gestión. Y menos si se ha situado tan del lado afuera de la informática.

El pariente en necesidad llegó tarde  a la oscilante liquidez del circunspecto jornalero que dio esta respuesta para cerrar el capítulo: “Al salir esta mañana, tuve que dejarle hasta el último centavo a mi mujer”. Las redes sociales, localizadores instantáneos y mensajerías satelitales no le hubieran permitido librarse tan cómodamente de un golpe a sus “finanzas”.

Zulú confía mucho en su olfato y en la persuasión directa sobre el prójimo. Se diría que va por la vida a lomo de mula en la era de los messenger y el GPS. Bregaba el sábado  en un jardín modesto cuando,  desde el otro lado de la calle,  la fresca brisa de temporada le trajo  un  grato mensaje culinario procedente de la holgada   familia Pérez. Previó en el acto que su  usual  don de caer bien iba a tener pronto unos excelentes resultados estomacales sin necesidad de invitación. Sus cuchicheos -sin web ni Chat- sobre la empalizada de un traspatio o tras finalizar una poda que le permitió acercarse a alguna nueva muchacha  del servicio, deben serle tan productivos como  las otras formar de crear vínculos con la gente que están en boga.

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