En Navidad, Zulú, el jornalero de simples tareas de jardinería en entornos barriales, aplica una fórmula expedita para liberarse un poco de la explotación del hombre por el hombre, aun cuando su proverbial forma de tomar las cosas no justifique demasiado que trate de emanciparse.
Lo cierto es que para estos días especula más que lo que trabaja exagerando la nota. Hay largueza en su verbo y timidez en sus músculos. Casi toda la colorida luminosidad de la residencia de la familia Pérez, rica y honorable, fue montada por Zulú. Noté que para el alargamiento final de bombillitos en la parte frontal consumió demasiado tiempo en maniobrar con una moderna escalera extensible. Con el primero que echó una larga conversación entre una trepada y otra fue conmigo. Interrumpió mi paso por la calzada para hablar de Sobeida (¡Válgame Dios!). No imaginaba que un miembro de la clase obrera informal, degustador temprano del chocolate que sufre una fijación por la abundancia de huevos revolteados en el desayuno gratis que suele conseguir en el vecindario, estuviera tan atento a las incidencias judiciales con especialidad en actos de fuga. Sus conjeturas sobre lo que posiblemente pasó con esa mujer despertaron al máximo mi curiosidad. Lamento que por allí no pasara en equis momento algún empeñoso fiscal sediento de pistas e hipótesis.
Luego otros vecinos dieron a Zulú oportunidad para pausar y refrescarse a la sombra. Hasta con el añadido dos veces por lo menos en la mañana- de un jarrito de café que solícitamente le proporcionaron por órdenes de la doña de Los Pérez, la que al parecer cree que la cafeína realmente espabila y suma algo de brío a cualquier jornada laboral. Si así lo dice la ciencia por algún lugar, es probable que de todos modos con Zulú se haya equivocado.