A nuestra derecha, a la entrada de cualquier centro comercial, las cosas podrían estar marchando en orden, con registro fiscal y transparencia para cada acto. La compra de un excelente traje en alguna de las tiendas nos hace parte de una economía organizada y solvente. A Dominique Strauss le gustaría que todo fuera siempre así, pero algunos adquirientes de estos lares tropicales, aun portando tarjetas de crédito y celulares de última generación, conviven de algún modo con el desarreglo y lo subterráneo.
El fortachón de collares y pulseras relucientes que ayer vimos, se adentraba talvez en una plaza chic en lo que descansaba de dirigir personalmente a seis inmigrantes de mano de obra barata que utiliza en la remodelación de la casa pero que no existen para ningún registro estatal. Y una parte del combustible que nutre su impresionante todoterreno podría provenir del acceso irregular a subsidios para pobres.
Sus gestos, como vestir a la moda y pagar entrada a funciones caras y por servicios de costillitas a la barbacoa, se fundamentan en descontroles e informalidades tercermundistas que rinden sus ingresos. Si el desdoblamiento que así se delata solo ocurriera con tipos como él, los males nacionales no fueran graves. Lo taimado está inserto en el núcleo de muchas sociedades.
Hay dos formas de medir el producto interno bruto de países problemáticos. La medición basada en la contabilidad organizada siempre quedaría por debajo de lo que arrojaría contar el consumo en general, las importaciones y los derroches de la buena vida. Los enormes fraudes bancarios locales y los desastres financieros mundiales expresan el éxito universal de consorcios e individuos que deben sus triunfos a lo furtivo, a veces solemne, a veces burdo. Defendámonos del mercado negro de boletas para asistir al estadio conscientes de que las mordidas mayores nos esperan en otros sitios.