El concepto de barrio o sector como entidad aparte o extraterritorial tiende a desaparecer. Una decadencia de los límites metropolitanos que comenzó cuando se desdibujaron los contornos de las zonas de tolerancia, como ocurrió con el festivo vecindario de La Arena de San Pedro de Macorís. Creer que las chicas de vida alegre se iban a quedar para siempre atrapadas en los cotos del Guitarra Bar, el Cater Club y el cabaret de Celeste Ojitos en la tierra de la serie 23 era una utopía.
El sexo por paga solo podía dejar de crecer si lo hacía también la humanidad. Llegó el momento en que la bohemia impúdica de cada pueblo necesitó de todas las calles del mundo. Ahora mismo la República Dominicana es una e indivisible para la pillería incontrolable, pues a donde quiera asaltan y matan; y hay más alcahuetes en Gazcue y por los litorales del Caribe (al Este y al Oeste de la desembocadura del Ozama) que en el Distrito del amor libre de la célebre Herminia situado en los extremos de la avenida Máximo Gómez. Además, los tableteos con plomo y los operativos de mucho despliegue relacionados con el gran crimen y las subsiguientes persecuciones alcanzan presencia casi al mismo tiempo que las nuevas torres residenciales de lujo.
La Agustina tiene su Agustinita y Los Prados sus Praditos. Ni a Naco ni a Arroyo Hondo les faltan sus parte atrás de contrastes urbanos. La riqueza y la pobreza; lo correcto y lo incorrecto parece que se han unido para siempre; y a causa del lavado resulta más difícil aún establecer fronteras entre el bien y el mal.