Muchos momentos estelares suelen perdurar sin la especificación numérica de los años en que ocurren. Por eso se inventó temprano el decenio como medida cómoda y aproximada para recordar épocas que signaron nuestras vidas, sea porque los negocios se fueran a pique o porque fuimos particularmente felices por haber contraído matrimonio, a despecho de que algunos pesimistas insisten en equiparar las bodas con el flamboyán: primero flores y después, vainas. Por demás se ha dicho que todo tiempo pasado fue mejor. Hay algunos motivos para creer que efectivamente, la mente está condicionada para protegernos de ingratitudes superadas pero organizando lo vivido en bloques pobremente numerados.
Con coloquial frecuencia simplificamos el discurrir nacional en antes y después de Trujillo. Hablamos de los días aquellos del Consejo de Estado, o de los Siete meses de Bosch; también de las zozobras del Triunvirato y de la Guerra Civil que vino después. De este último episodio pocas veces escapa que ocurrió en 1965, pero no como el registro que vale señalar. Lo que sobrevive en el recuerdo es que aquí nos estábamos matando por culpa de unos pocos. Respecto de lo más cercano que ha pasado, en la mente de la gente común lo que trasciende más no es la fecha en que Leonel comenzó a gobernarnos ni en cuáles siguientes momentos se iniciaron sus últimos cuatrienios. Sin embargo cualquier dominicano se mostraría vivamente consciente de que han sido tres los períodos aunque no se atrevería a vaticinar la diferencia entre la República Dominicana que este Gobierno encontró y la que va a dejar y solo los enfermizamente optimistas esperarían que los próximos años, con él o sin él, van ser mejores que el que ahora termina.