LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Las orejas del Presidente Fernández son “a prueba de calor” y así lo ha dicho con otras palabras uno de sus más importantes asesores. No hay forma de calentarle las orejas al Presidente, dicho esto como elogio a su “sangre fría” cuando por alguna circunstancia se pretende  impulsarlo  a la toma de alguna decisión. Pienso que esa inmutabilidad está confirmada.

Gracias a mi fértil imaginación, alcanzo a suponer lo que hubiera sido de Leonel en el Titanic. Probablemente el último pasajero en pugnar por una plaza en los botes salvavidas.  “Profesor, esta nave no puede hundirse así por así y menos por el simple hecho de chocar con un témpano”.

Puedo formular otra conjetura parecida sobre el gélido temperamento de un gobernante que, por alguna razón necesita que los hechos le golpeen demasiado para reaccionar.

Debo  suponer que no hubiera sobrevivido al fenómeno de San Zenón. Habría creído de una forma más definitiva que los demás, que la calma del ojo del huracán significaba que “todo ha pasado felizmente, profesor”.

Como mínimo, nuestro Presidente habría quedado totalmente desgreñado por el embate de la brisa, lo que para su proverbial apego a la formalidad (saco y corbata hasta en la playa) equivaldría a un  desastre.

No sé si el Doctor Fernández estuvo en el lugar cuando el  combate del Matum, pero no dudaría   que ante el hecho se le ocurriera decir: “Profesor, esto  no se compara con Normandía. Tomémoslo con calma”.

Un estoico jefe de Estado, como el que nos ocupa, hubiera esperado  dos arteros golpes japoneses más  como  el de Pearl Harbor antes de dar el vibrante grito de guerra que lanzó Franklin Delano Roosevelt, y el avance de los alemanes habría llegado hasta Oceanía y la Antártida antes de que los aliados dieran una  bélica respuesta a Hitler.

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