LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Zulú, el jornalero  de vecindarios, recurre a un manejo elemental del énfasis al comunicarse con sus clientes sin llegar al tremendismo de jerarcas que dan rasgos de filípica y de alboroto  a sus pronunciamientos como para compensar  con ruidos la falta de auténticos hechos que confirmen la efectividad de su ejercicio.

Zulú es aceptablemente  laborioso y no lo es más porque como proletario que carga  necesidades sus actitudes siempre  reflejan su aspiración a recompensas mayores. Pobre y sin presupuesto, él es su propio relacionador público con el objetivo central de  lograr que su desempeño parezca más de lo que es.

“¡Venga  a ver lo nítido que emparejé  esas dos hileras de arbustos. En eso yo soy el mejor!” Así lo escuché vanagloriarse  de su obra ante la risueña señora que le pagaría lo realizado. Cuando él se desaparece por muchos días, buscan a otro jardinero  que lo hace igual de bien y sin pregones de grandeza.

Si tiene que despejar  de malezas un ancho patio, se podría escuchar  la forma en que describirá como difícil y complicada la jornada para a continuación garantizarle al dueño que: “esto va a quedar  tan excelente, que usted de una vez  va a querer que le pinten  la verja completa, los tarros y los muebles de madera. Tratemos esa parte más adelante que yo por una chilata lo haría todo”.

De haber tenido más escuela y ambiciones por ascender a cuenta del Estado generoso con su gente que nos gastamos, Zulú habría sido un exitoso servidor público, retóricamente a la altura  de los tiempos.

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