Zulú, el jornalero de vecindarios, recurre a un manejo elemental del énfasis al comunicarse con sus clientes sin llegar al tremendismo de jerarcas que dan rasgos de filípica y de alboroto a sus pronunciamientos como para compensar con ruidos la falta de auténticos hechos que confirmen la efectividad de su ejercicio.
Zulú es aceptablemente laborioso y no lo es más porque como proletario que carga necesidades sus actitudes siempre reflejan su aspiración a recompensas mayores. Pobre y sin presupuesto, él es su propio relacionador público con el objetivo central de lograr que su desempeño parezca más de lo que es.
¡Venga a ver lo nítido que emparejé esas dos hileras de arbustos. En eso yo soy el mejor! Así lo escuché vanagloriarse de su obra ante la risueña señora que le pagaría lo realizado. Cuando él se desaparece por muchos días, buscan a otro jardinero que lo hace igual de bien y sin pregones de grandeza.
Si tiene que despejar de malezas un ancho patio, se podría escuchar la forma en que describirá como difícil y complicada la jornada para a continuación garantizarle al dueño que: esto va a quedar tan excelente, que usted de una vez va a querer que le pinten la verja completa, los tarros y los muebles de madera. Tratemos esa parte más adelante que yo por una chilata lo haría todo.
De haber tenido más escuela y ambiciones por ascender a cuenta del Estado generoso con su gente que nos gastamos, Zulú habría sido un exitoso servidor público, retóricamente a la altura de los tiempos.