Colorido electoral
Ahora que quedan pocos días de pelota, la que a la prensa aporta atractivas escenas de gradas, sobre todo de bellas damas, las lentes de los fotógrafos que buscan lo humano en el play deberían fijar sus telefocos sobre el público de los partidos en concentraciones del proselitismo populista y huero con que tratan de llenar la ausencia de propuestas y compromisos serios de dejar ya de tapar las incorrecciones de su propia gente, cuatrienio por cuatrienio. ¡Qué buen encuadre daría el individuo que solo va al jolgorio porque quiere cuidar su empleo supernumerario y desde que descubre una fresca sombra se echa antes que las gallinas.
¿Y qué me dicen de la rubia agraciada que se exhibe en caravana pero que uno no sabe si su entusiasmo se debe a que cobra una vez al mes o a que todos los demás días, con sus noches, es halagada y beneficiada como favorita de su jefe? Un fotógrafo acucioso descubriría en el gentío a algún señor que figura como seguidor de tal o cual proyecto, pero que en el pasado hizo tan mal trabajo que ahora su adhesión debe pasar algo desapercibida para no dañar al candidato. Pretenderá con una gorra encasquetada hasta donde le dicen Cirilo, sumar presencia al mitin sin que puedan traerse a colación sus villanías. El uso de recursos del poder se delataría. Autos del Estado en uso violatorio a las reglas. Más la presencia de síndicos, regidores, legisladores y otras figuras ligadas a organismos dominados por partidos que sin empacho dedican más tiempo a la politiquería que a las funciones muy bien remuneras a las que están más obligados. Pero a quienes más debería retratarse es a los personajes que se desgañitan en las tribunas para presentarse ante el país como completamente diferentes a lo que en realidad son. ¡Quizás la hipocresía como detalle pintoresco no acuda a los estadios, pero a los mítines sí!