LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

El tiempo docente es de pobre densidad y lo que en el país llaman usualmente año lectivo resulta un calendario de semanas incompletas, navidades alargadas, cierres adelantados y reaperturas postergadas con muchos viernes y lunes sin clases porque los asuetos que les quedan cerca matan el espíritu de trabajo que es muy frágil en esta nación de desayunos chiquitos  pero de  largas ganas de holgazanear y de impuntualidades  y ligerezas de pretexto para quedarse en casa. Cuando algún maestro se abstiene de asistir, con o sin excusa, provoca  vagancia en siete aulas en horas sucesivas,  y da pie a oleadas de estudiantes  que se van de paseo a las calles por el resto del día, aunque sería tan fácil compensar la ausencia y el súbito tiempo libre con  tareas en la biblioteca, tandas de cultura física o  charlas a cargo de algún docente sustituto que haya estado en el “banco”.

En colegios privados, como en escuelas públicas, existe la sagrada institución de la “reunión de profesores”,  quince en nueve meses, todas de repercusión múltiple. Aunque estén pautadas para las 10 AM hasta las 12 M, el día entero queda libre para la matrícula completa del plantel, preferiblemente en días lunes o viernes para hacer más ancho y feliz el fin de semana que quede en medio. No ha habido una sola feria del libro que no haya llenado de horas de ocio, frío frío, yaniqueques y prolongadas aglomeraciones  de chicas y chicos de uniforme en los entornos de la sede.

Excelente motivo para que el estudiantado se relaje en grande y termine   agudamente alejado de lo que significa leer, como si la chercha de jugar al topao y los buenos eventos culturales  fueran una misma vaina.

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