LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

El ascenso de la mujer, expresado en múltiples roles en los que ahora  están más presentes, constituye una respetable evolución hacia la igualdad de género o, quizás mejor, hacia el provechoso desplazamiento de varones cuestionados. Recuerdo los tiempos de “enfermeros” más que de enfermeras en las salas de hospitales y de “secretarios” en funciones auxiliares que desde mucho antes debieron ser monopolio del sexo femenino. Toda discusión con guardianes de la ley de tránsito era antes con tipos barrigones, mal afeitados, cascos grises y unas manos varoniles y peludas más dispuestas a coger cuartos por la izquierda que a suscribir un acta de infracción.

Ahora llaman a capítulo en las calles, y cierran sus oídos a los requiebros o resbalones de machos que tratan de escapar de la sanción, unas muchachas de verde olivo con sombreros que recuerdan a la célebre policía montada del Canadá. En una república con poca voluntad de hacer las cosas correctamente existe una tropa de Amet en la que muchas jóvenes tratan de demostrar que se puede ser riguroso cuando  se trata de hacer cumplir reglas que nos organicen como sociedad.

Sudan como hombres bajo el sol de las esquinas. Bregan con unos guagüeros que son su antítesis, no solo por feos y groseros, sino por su culto al desenfreno urbano. Es difícil que ellas puedan poner el orden total que necesitan las vías para que  los ciudadanos transiten con seguridad, pero esas damas que se plantan a cumplir con su deber, sin pedir y sin transarse, son una esperanza de que algún día  el país podría salir a camino en materia de tránsito.

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