El proceso que han experimentado los partidos políticos y que los ha hecho homogéneos, con poca mística a la vista y sin prácticas diferenciadoras, debe convencernos de que no procede calificar de tránsfugas a quienes cambian de chaqueta mas no de metodología. Estar morado hoy para volverse blanco mañana o jugársela en rojo en lo que cambia la marea es la movilidad que tenía que venir después que desaparecieron las fronteras que antes situaban a los políticos por rutas diferentes. Todos dispuestos a salvar al país, aunque muchas veces ha parecido que sus prioridades son otras.
El asunto es que en épocas anteriores las enseñas tenían su valor. Podía vaticinarse, antes de cualquier resultado electoral, si sería Balaguer directamente y en persona o su estilo conservador heredado el que regiría los destinos nacionales. O si por el contrario, las concepciones liberales y revolucionarias que Juan Bosch sembró iban a servir, con el matiz blanco o el morado de las entidades que fundó, para revertir viejas formas de gobernar y refrescar el poder con más aspiraciones por lo social e institucional que por los muros de cemento.
A través de las alianzas que se emprenden con fragor para cada cuatrienio, las ofertas electorales se han reducido a estrategias o proyectos en busca de porciones del Estado y para un bueno número de los aspirantes daría lo mismo lograr sus fines con unas siglas que con otras. Ya no son ostensibles los compromisos con los orígenes y prédicas, lo cual explica en parte que en el presente los triunfos en las justas se deban más a la fuerza del dinero y al clientelismo que a la conciencia y buenas intenciones.