En la poca extensión de este país hay en estos momentos más generales que los que Rusia acaba de movilizar en la invasión a Georgia para controlar a Osetia. Está fresco todavía en la memoria el decreto que en Santo Domingo encargó a un vicealmirante dirigir la recogida de plásticos usados que flotaran en el río Ozama.
Sería difícil imaginarse al Horacio Nelson británico, que se llenó de gloria en la batalla de Trafalgar, teniendo que recoger los desperdicios del Támesis antes de irse a las guerras que lo inmortalizaron.
El presidente de Rusia dramatizó sus contradicciones con Occidente cerrando hostilmente las puertas al pacto de la OTAN que incluye Estados poderosos. Si tan guapo es ¿por qué no se busca problemas con República Dominicana cuya oficialidad superior es numéricamente mayor a la de muchos países de Europa y Asia juntos?
La lógica y usos indican que el generalato es un blasón al que se llega por méritos y experiencias en la carrera militar.
Lo extraño entonces es que Estados Unidos, cuyas tropas pasaron en los últimos decenios por la Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, el Líbano e Irak, tenga cosechas de generales menores a las de República Dominicana.
El campo de batalla no ha sido imprescindible para llegar a la cúspide local de los escalafones. El típico señor de altos rangos de estas latitudes no quiere territorios con presencia de enemigos para combatir sino con muchas vacas, yuca, y plátanos situados cerca de alguna maravillosa enramada para celebrar con los amigos las condecoraciones y los beneficios de los tiempos de paz. Allí la única sangre que correría sería la de chivos y cerdos cuyo sacrificio precede opíparas comilonas.