Nuestros niveles de gastos en combustibles dependen, con horror, de unos individuos de muy malas pulgas. A esos manipuladores de la perversa ley de la oferta y la demanda les basta, para decretar un alza, con presumir que una depresión tropical que acaba de nacer al oeste de Cabo Verde, allá cerca del fín del mundo, alcanzará en dos semanas el grado de tormenta para luego ser huracán y penetrar a la petrolífera zona del golfo de México.
Algo tan impredecible como un disturbio loco del Caribe provoca fácilmente que la gasolina cueste más.
Si Ahmadineyad, en Irán, grita rabioso que hay que barrer a Israel del mapa, las que en verdad de inmediato resultan borradas son las cotizaciones del crudo que pasan a un nivel más alto.
Luego el fundamentalista de Teherán se ríe de su propia amenaza y quienes siguen eliminando palestinos son los judíos.
El sorpresivo desenfado del mandatario iraní viene a ser un gesto de paz que de todos modos no se toma en cuenta para bajar el petróleo, que se mantiene costando como si el Medio Oriente fuera a estallar a la madrugada siguiente.
Cualquier brisita polar como indicio de que Norteamérica y Europa irían a demandar más combustibles para calefacción tiene efectos en mis bolsillos antes de que el frío llegue a las pieles de los nórdicos. Y luego, cuando ellos se desabrigan nosotros en el trópico tenemos que seguir estrangulados económicamente, pues después del invierno vienen los ciclones. Los cucos de la naturaleza se alternan para que la suerte del tercer mundo sea más negra que el petróleo. Así como unos apostaron a Los Tigres del Licey y ganaron, otros, allá en la cúspide de los mercados, apuestan a cataclismos que dejan enormes ganancias aunque uno no los vea llegar.