Un entaponamiento de vehículos puede ser un trastorno manejable en cualquier esquina hasta que a alguien de la fila se le ocurre la brillante idea de tratar de salir del atasco invadiendo el carril vecino en dirección contraria. Como luego vendrán 10, 20 ó 30 conductores que le seguirán los pasos, aquello termina como el lío de Belén y los pastores y el problema será más difícil de resolver.
Siempre he dicho que en las calles de Santo Domingo la estupidez es contagiosa. Otro absurdo consiste en que los automovilistas se lanzan a cruzar esquinas a sabiendas de que la luz roja no les dará tiempo para hacerlo. Y entonces, con sus vehículos paralizados impiden que el tráfico fluya normal por la vía perpendicular. ¿Consecuencia? Un tollo mayor para unos y otros.
Los caos tempraneros en el discurrir nunca son la obra exclusiva de alguien que quedó en medio por una avería mecánica o un neumático desinflado. A ese hecho casual se sumarán en multitud los conductores que no pueden controlar su desesperación por salir del embrollo y se meten por todas las calles estrechas de las siguientes intersecciones, aunque haya letreros que digan No entre. Al rato aquello será toda una zona inviable de la ciudad.
Cada mañana, en la dirección Este-Oeste de entrada al elevado de la avenida 27 de Febrero Amet luchar brazos partidos para que los conductores entiendan que deben ingresar al expreso de dos en dos, y de todos modos ocurren severos tranques porque muchos pretenden hacerlo prácticamente al mismo tiempo, violando no solo las leyes de tránsito sino también las de la física. Si la gripe aviar fuera tan contagiosa como la torpeza que invade al tránsito en determinados momentos, de la industria avícola ya solo quedaran las plumas.