Extremosos y maniqueístas, ciertos políticos dominicanos, empeñados en estos momentos en una carrera por el poder, tienden a ofrecer dos únicas versiones de la realidad o del futuro: la catástrofe que atribuyen a sus adversarios, o la gloria que consideran inherente a sus proyectos. Horacio o que entre el mar.
Ya no hay bolos ni coludos, aparentemente, sobre todo porque aquel que solo mira hacia arriba donde está el solio codiciado, su propio trasero tiende a pasarle desapercibido. Y como ninguno admitiría sus posibles debilidades y errores, la falta de rabo puede ser algo que tampoco esté en su mente y mucho menos en el debate con el que arrean a los dominicanos hacia el 16 de mayo.
En estos momentos la opinión pública presiona bastante para que aspirantes y partidos expongan programas, estrategias y prioridades.
Pero si se busca en el pasado, escasearían los indicios de aplicación de metodología y apego a compromisos. Un ejemplo cercano es que en agosto culmina un cuatrienio del que no se adivinaba ni por asomo, en el momento de ir a votar en el 2004, que el mayor capítulo presupuestal de la administración estaría dedicado a un Metro que, bueno o malo, es producto de una aplastante decisión desvinculada de las mayores preocupaciones y prioridades de los votantes en esos momentos. En suma: la campaña es cháchara e intentos de seducción con gestos populistas. Un ejercicio propagandístico vacío que da poco espacio a la esperanza. La democracia debería servir para algo mejor.