No es raro escuchar a alguien decir: No hay necesidad de renovar la placa hoy si tendré tiempo para hacerlo después. Esta frase refleja un estilo de vida en el que hallaremos a varios amigos y relacionados, no pocos primos y diversos vecinos, un conglomerado que indica que en este país mucha gente cultiva la emoción de completar los asuntos en el último minuto, a punto de caer en falta y perjudicarse.
Escoja al azar a alguien que pase por el lado y si entra en confianza con él, pronto sabrá que tiene un buen auto, empleo, esposa e hijos.
Sabe perfectamente dónde va a pasar el próximo fin de semana, lo que le va a costar y hasta las botellas que se va a tomar con amigos durante el asueto. Pero a la vigencia de su matrícula le va a sacar el jugo hasta lo último, y el lunes siguiente irá a romper brazos en una fila para renovarla cuando casi no hay tiempo para eso.
Sé que con frecuencia, en los niveles de bajos ingresos de la sociedad la poca disponibilidad de medios influye en el recurrente aplazamiento de obligaciones con el fisco, pero eso no quiere decir que siempre sea válido echar los cumplimientos para atrás, una y otra vez, porque hay que comprar la leche de los muchachos pero también botar el golpe en el camino con un par de cervecitas que pueden abrir paso a cosas mayores. Habrá tipos colocados en el dilema de fumar y jugar lotería o ponerse al día con el derecho a circular en autos por las calles. Preferirían no morirse la víspera si todavía falta una semana para que venza el plazo.
Luego, frente a las estafetas se forman unos gentíos enormes de aquellos que no creen ni por asomo en la sabiduría popular que dice no dejas para mañana lo que puedas hacer hoy.