¿Se es o no se es dominicano? La pregunta viene al caso porque con frecuencia, al hecho de haber nacido en Jumunucú, La Horma o en un batey cerca de San Pedro o La Romana luego se agregan un fluido inglés y una documentación foránea para la cual se tiene que jurar primero por la bandera norteamericana.
Se trata de un desdoblamiento que ahora se manifiesta de manera curiosa pues entre los extranjeros que con honores vendrán a representar a las barras y las estrellas en la juramentación del doctor Leonel Fernández para un segundo período consecutivo estarán dos señores que de aquí salieron como criollos genuinos y ahora regresarán como sobrinos del Tìo Sam: Julio César Franco y Omar Minaya.
Observaba un contertulio en estos días que existe un ámbito de competencia en el que los dominicanos se igualan a norteamericanos con triunfos y glorias, vistas las muchas estrellas nuestras en Grandes Ligas. De todos modos, no se trata de una polarización con reglas de igualdad. Allá se adueñan de los nuestros. Batean duro, ganan muchos dólares y eso parece suficiente para que desarrollen un sentido de pertenencia al Estado que los acoge.
En sus conciencias queda, seguramente, el viejo sentimiento por valores locales. Pero las nuevas conveniencias vuelven a muchos dominicanos beneficiarios de un doble status jurídico, lo cual decepciona a quienes preferirían que siempre existiera un abismo de contradicciones con el American Way y sus designios, a pesar de que los marcos legales permiten ya jugar al mismo tiempo en dos equipos diferentes en términos de ciudadanías. Se puede ser aguilucho aquí, pero preferir el águila imperial cuando se está allá.